martes, 8 de enero de 2008

Como Napoleón en Santa Elena






En la vida nos encontramos en constantes disyunciones de las que debemos elegir entre una u otra. La realidad…, es que no podemos optar por un neutralismo convencional, sino que debemos elegir para poder seguir hacia delante; con un propósito de éxitos, pero también, sin ser invitado se presenta a veces el fracaso. ¿Cuántos no hemos tenido que elegir, y luego de esa elección sólo resulta un fiasco decepcionante? En otras ocasiones el éxito nos sonríe, pero cuidado con el señuelo que aparenta lo que no es.

Hace ya mucho tiempo por allá en los albores del siglo XIX, alguien tomo una decisión que definía la hegemonía completa de un imperio, el imperio Napoleónico. Justamente aquel 18 de junio de 1815, el pequeño de tamaño, pero de ingente cerebro y corazón y excelso en gallardía sin igual; marchó con unos 123,000 mil hombres en la famosa batalla de Waterloo. Napoleón Bonaparte [1769-1821]. Con su yelmo, broquel en manos y su gran piélago y cohorte, se lanzó contra el enemigo para exterminar sus más aguerridos contendientes, los ingleses.

El enemigo contaba con unos 105.000 mil hombres, comandado por el inglés Wellington y los prusianos aliados a Inglaterra, unos 120.000 mil hombres comandado por Blücher.
Napoleón, primero se lanzó contra Blücher al que venció en la batalla, ya que se encontraba a varios kilómetros de dónde estaba Wellington. Se retiro y fue en busca de Wellington al que también estaba derrotando, pero de repente… Se acercaba quien Napoleón pensaba haber vencido; Blücher y sus tropas rehechas. Napoleón no quería una derrota y se encontraba ya en manos de los prusianos y los ingleses; por lo que decide abandonar y retirarse.

Después de la batalla de Waterloo, Napoleón Bonaparte, el que fue tan grande como Alejandro Magno, abdicó en París por segunda vez; antes que caer en manos de Blücher. Buscó refugio en el navío británico Bellerofonte, con la secreta esperanza de que se le permitiera huir hacia Estados Unidos. Pero el gobierno de Londres decidió conducirlo, en calidad de prisionero de la coalición, hacia la isla de Santa Elena, perdida en el Atlántico Sur. Allí transcurrieron los últimos años del hombre que avasalló Europa. Rodeado por un reducido grupo de amigos y consumido por el cáncer, falleció antes de cumplir los 52 años.

El autor de Las 48 Leyes del Poder, hace un planteamiento que quizás sea valedero en estas circunstancias y es que él dice lo siguiente: Todos los grandes líderes desde Moisés sabían que los enemigos temibles debían ser aplastados por completo. [Algunas veces lo han aprendido por las malas]. Si se deja un ascua encendida, no importa lo apagada que esté, al final estallará el fuego. Se pierde más deteniéndose a medio camino que con la aniquilación total: el enemigo se recuperará y querrá venganza. Hay que aplastarle con contundencia física y espiritual.
Greene, Robert Las 48 Leyes de Poder, ley #15, Pág.147, 5ta edición 2005, editora Espasa, Madrid, España.
Saliéndome un poco de contexto, pero en el mismo continente, es decir, en Europa, había una joven que por encargo de las divinidades debía hacer algo por la tierra de Napoleón, Francia. La doncella Juana de Arco [1412-1431], llamada la ‘’Doncella de Orleáns’’, heroína nacional y santa patrona de Francia. Unió a la nación en un momento crítico y dio un giro decisivo a la guerra de los Cien Años, en favor de Francia. Juana pudo convencerle de que ella tenía la misión divina de salvar a Francia. Un grupo de teólogos aprobaron sus peticiones y se le concedieron tropas bajo su mando, con las que condujo al ejército francés a una victoria decisiva sobre los ingleses en Patay, al tiempo que liberaba Orleáns.

Aunque Juana había unido a los franceses en torno al rey y puesto fin a los sueños ingleses de imponer su hegemonía sobre Francia, Carlos VII se opuso a realizar campaña militar alguna contra Inglaterra. Tras ello Juana, sin el apoyo real, dirigió en el año [1430], una operación militar contra los ingleses en Compiègne, cerca de París. Fue capturada por soldados borgoñones que la entregaron a sus aliados ingleses. Éstos la condujeron ante un tribunal eclesiástico en Ruán que la juzgó de herejía y brujería. Tras catorce meses de interrogatorio fue acusada de maldad por vestir ropas masculinas y de herejía por su creencia de que era directamente responsable ante Dios y no ante la Iglesia católica. El tribunal la condenó a muerte, pero al confesar y arrepentirse de sus errores, la sentencia fue conmutada a cadena perpetua. Sin embargo, cuando regresó a la prisión volvió a usar vestidos de hombre por lo que de nuevo fue condenada, esta vez por un tribunal secular, y el 30 de mayo de 1431, enviada a la hoguera en la plaza del Mercado Viejo de Ruán por relapsa (herética reincidente).

A los diecinueve años fue llevada a la hoguera, la doncella que había liberado a los franceses, fue dejada a su suerte por el Rey Carlos VII de Francia, éste no hizo nada para salvar la vida de quien salvó la de los franceses en la guerra de los cien años, y, no fueron realmente cien años, sino 116 años [1337-1453] de contienda bélica entre Francia e Inglaterra.
Hasta la próxima