sábado, 26 de enero de 2008

Apoteosis para Juan Pablo Duarte y Diez






A transcurrido un siglo, nueve décadas y un lustro; desde el natalicio del más conspicuo, egregio, excelso y sublime personaje de toda la historia dominicana. Es lamentable que no existan palabras para poder engalanar a quien si fuese llevado al Olimpo, de seguro que Zeus, en ingente genuflexión daría sus más profundas reverencias, al más grande de todos los dominicanos; Juan Pablo Duarte y Diez.

Hoy se yergue el ánimo grandilocuente, de apoteósica admiración para uno de los más grandes entres los grandes. Es que para el apóstol de nuestra libertad, sería muy ínfima cualquier cosa que se haga en cuestión de agradecimiento, para su tan sacrificado gesto de amor, abnegación y lucha admirable para lograr lo que un Bolívar, José Martí, Benito Juárez o un San Martín; hicieron con sus contiendas bélicas de libertad, y así, salir del yugo opresor del enemigo.

¡Qué podría yo decir de Duarte sin caer en perogrullos! Del cual ya ustedes conocen tanto o mejor que yo. Pues, nada puedo agregar a la semblanza de Duarte, que no se hayan divulgado por los centros educativos, corrillos y demás lugares de la nación.

El mejor homenaje que se puede hacer para el apóstol de la Patria, después de un siglo, tres décadas y dos años de haber desaparecido del escenario nacional; es tratar de emular su paradigmática ejemplaridad de patriotismo, entrega y amor por la causa mas noble que un hombre puede ofrecer; hacer libre e independientes a quienes eran esclavos de la vecina nación. Podríamos decirnos, ¿qué hemos hecho para engrandecer el patrimonio moral y político que nos legó el patricio? ¿Honramos el padre de la patria como deberíamos hacerlo? ¿Qué hacemos en su memoria? Muchos políticos lo utilizan como señuelo para atraer las masas. Sólo lo recuerdan como algunos seudos-religiosos a Jesús, para atraer fieles que les serán más importantes por los emolumentos que les llevarán a sus bolsillos, que por la causa de salvar almas.

José Martí, refiriéndose a los prohombres que redactaron la Constitución de los Estrados Unidos de Norteamérica, decía que le agradaría esculpir en pórfido las estatuas de esos ciudadanos maravillosos. Empero, no llegaba tan sólo hasta ahí la ambición del apóstol cubano, de honrar a aquellos héroes. Cada cierto tiempo [decía el último de los libertadores de América] debería establecerse una semana de peregrinación nacional, en otoño que es la estación de la madurez y la hermosura, para que, envueltas las cabezas reverentes en las nubes del humo oloroso de las hojas secas, los hombres, las mujeres y los niños fueran a besar las manos de piedras de los patriarcas.

La familia Duarte, tenía una característica de abnegación tan padigmática, que parecía inverosímil; pues, Rosa Duarte conservó hasta en el in-extremis de su existencia ese aspecto de heroína y mártir, después de haber entregado su corazón como Melibea a Calisto, como Marco Antonio a Cleopatra y como Julieta a Romeo, así, entregó Rosa su corazón al patriota Thomas de la Concha, ella se conservó virgen hasta el ocaso de sus días, porque consideró que la amada de tal prócer, no podía ofrecer su corazón a nadie mas que no fuese digna de ella.

Heráclito, decía que todo cambia y que todo fluye, ‘’que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río’’. Asimismo, la ciencia y el arte van cambiando, mas, no podemos tener un Milo que nos esculpa una Venus ni un Praxíteles que esculpa un Hermes; y, quizás no tendremos un Rodín, que nos esculpa un Pensador, empero, la ciencia podría hacer las esculturas de los maestros del cincel, lo que no podremos tener jamás es otro Padre de la Patria, otro Juan Pablo Duarte y Diez.

Si pudiéramos emular a Duarte, si pudiéramos emular a Duarte, ¡oh numen, por qué no lo hacemos, los jóvenes de éstas generaciones!


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